Subiendo Collsaplana en el Abadal-Buick de Antonio Zanini 



Toca hablar, como no, de la pequeña pero entrañable aventura que me brindó experimentar Antonio Zanini el pasado sábado en el Rallye d’Hivern-Critèrium Viladrau. Había sido testigo de sus primeras labores en la construcción de esta magnífica pieza que es el Abadal-Buick, de eso hace más de 10 años, pero no había podido ni tan siquiera subir a él una vez acabado. Por eso poderlo acompañar en un recorrido por las carreteras de las Guilleries ha sido para mi como el colofón a un trabajo que, de la manera que lo he podido vivir, representa todo un honor.

Emplazo a todos al próximo número de Turini, en el que Esteban Delgado y el propio Antonio Zanini darán vida a un artículo que con seguridad reflejará los avatares que acontecieron hasta que el Abadal-Buick vio la luz en su debut, en julio de 2018 en la subida a Alp. De modo que yo lo único que haré es contar mi percepción desde el asiento de la izquierda de este singular vehículo justo el día del debut del aparato en una carretera de rally.

Si uno observa con detenimiento alguno de los coches de hace un siglo o incluso menos, se da cuenta cómo eran de distintos y no me refiero al aspecto sino a nivel mecánico. Cuando anunciamos la participación en el rally, todo el mundo se apresuró a advertirnos que debíamos tener en cuenta la ropa de abrigo, que el frío sería mucho, algo obvio en un coche así, aunque casi nadie observaba el hecho de que el Abadal-Buick no sólo no tiene techo, sino que las cabezas y medio cuerpo de los ocupantes es lo único que sobresale por encima del habitáculo, que no hay elementos de retención de las personas y que ruedas y frenos ofrecen la fiabilidad que tienen, prácticamente ninguna si quien lo lleva no es un maestro en la conducción. Todo eso, que es cierto, sólo se puede asumir si quien está a los mandos es Antonio Zanini, de quien tengo una fe ciega a su lado.

Sentarse en el asiento del pasajero del Abadal-Buick presenta alguna dificultad, tienes que utilizar la punta de la ballesta de suspensión a modo de escalera para acceder al cockpit, procurando alejar manos y prendas del grueso tubo de escape que se extiende a lo largo de la parte izquierda del auto. Una vez dentro, sentarte es fácil pero el poco espacio disponible no te permite colocar el cuerpo como debería ser normal. En mi caso, pertrechado con la gruesa indumentaria que me proporcionó Carlos Beltrán, hacía un bulto tal que me obligaba a sentarme casi de lado, apoyado en mi cadera derecha y el brazo colocado por detrás de Antonio, en plan amigo, de otra forma era imposible estar sentado normalmente ya que luego mi espalda y el brazo derecho no permitían maniobrar al conductor.

Dicho eso es justo decir que esta posición que se puede observar en las imágenes no era del todo incómoda y me permitía indicar a los coches que nos daban alcance que pasaran cuando esto era posible. También podía sujetar de algún modo el cuerpo, aún a costa de ofrecer una estampa ciertamente extraña vista desde atrás. Ya en orden de marcha, ser un espectador privilegiado montado en este ingenio mecánico fue un lujo. ¡Que bien conducía Antonio! Desde el primer viraje adiviné pronto este conocido estilo suyo tan propio y no por la velocidad sino por esa trazada perfecta, esos doble embragues certeros e imprescindibles para que el cambio oficiara como un primer elemento de frenada.

Antonio conducía agarrado fuertemente al volante pero maniobrando con mucha suavidad, avanzándose mucho en las frenadas, en especial ante las curvas cerradas en bajada o con humedad, y acelerando todo lo que el coche daba de sí en las subidas. Fue una auténtica gozada subir Collsaplana, además acompañados por un tiempo genial y unas vistas como nunca había visto yendo en coche por dichos parajes.

Espectadores y fotógrafos no paraban de animar, nosotros subíamos a nuestro ritmo pero la trazada marca de la casa me trasladaba a tiempos bastante lejanos: “¿te acuerdas en esta curva con el Ferrari?” o “aquí me di un toque probando el grupo 5”, intercambio de palabras que eran todo un placer ya que hacían aflorar en cierto modo experiencias vividas en común en un pasado muy nuestro.

L’Enclusa, Collsaplana, Pla de les Arenes, Coll de Ravell, Coll de Gomara y finalmente Viladrau, hicimos todo el recorrido de 41 km y pico en 1 horas y 2 minutos, sin contratiempo de ningún tipo y sin tener que repostar. El fiel Joan Casals nos seguía a prudente distancia y Esteban Delgado e Yvonne Rubio hacían lo que podían para irnos pescando para hacer fotos. Creo que ninguno de nosotros hubiera apostado poder hacer todo el giro 3 minutos por debajo del tiempo estipulado para los participantes en el criterium, lo que para Antonio fue un éxito porque en cierta forma denotaba lo bien construido que está el Abadal-Buick. Una gozada, la verdad, una experiencia que nada indica que vuelva a repetirse, salvo que Antonio quiera en una próxima edición intentar “batir el récord”.

Por eso estoy orgulloso de la aventurilla, a pesar de la pinta que un servidor ofrecía atiborrado de ropas o del riesgo que se asumía ocupando el asiento en un coche casi prehistórico. Pero nada es comparable a haber podido subir Collsaplana con Antonio Zanini y su Abadal-Buick Centella. Una vivencia más pero esta bien distinta y agradable, ¡a punto para repetir, vamos!

© Josep Autet
19 de enero de 2020

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