Historia de una gorra Goodyear 



Por Miquel Arderiu.
En memoria de Carlos Castellá. 

En 1973, con apenas 12 años, asistí en Montjuïc a mi primera carrera automovilística, el GP de F1, y seducido por aquel sonido (aunque en algún momento recuerdo haber sentido miedo), por el olor de la gasolina o los aditivos, por el ambiente… caí atrapado en las redes de aquel fascinante deporte. Con el paso de los años tuve la suerte de conocer y trabajar con Javier del Arco, que a tantos de nosotros nos maravilló con sus crónicas, los relatos históricos, explicaciones de todo tipo…

Abandonada mi primera intención de convertirme en “ingeniero de F1” por limitaciones académicas que se hicieron evidentes durante el primer trimestre de COU, cambié de rumbo (aunque no las optativas “ingenieriles”, ¡y no por falta de ganas!) y me dije que sería un “periodista de F1”. En algún momento contacté con Javier y me aconsejó que fuera a ver carreras. Dicho y hecho. En 1979, ya con el carnet de conducir en el bolsillo y aprovechando el puente de Pentecôte, acompañado de mi madre (¡!) y con un viejo 2 CV de embrague centrífugo, me planté en Pau para ver (entre otras muchas pruebas) la de F2. Un examen de Historia el martes me hizo ser prudente y regresar antes sin ver la carrera… pero aquella primera visita me dio pie a repetir más veces el viaje al bonito y excitante circuito urbano pirenaico, al cual aconsejo ir. También fui (¡¡esta vez con mi madre y una tía!!) a un GP de España en el Jarama, al volante de un 600 aún más veterano que el 2 CV… Y con el mismo 600 y al mismo circuito regresamos en 1981 con Jordi Camp, el hombre que (casi) nunca tenía frío, a ver una prueba del Europeo de F3.

En 1980, ya integrado en la redacción de 4 Tiempos, tachán... Javier me llevó al GP de Bélgica, que debió ser mi 3º o 4º Gran Premio… y esta vez ya como “periodista”. Probablemente aquel fue mi primer viaje con Javier, con quien luego tuve la fortuna de hacer bastantes más, solos o acompañados, ya fuera con coches de prensa o con su inseparable 1430. En aquella ocasión el vehículo era de prensa, un Peugeot 505, y con nosotros también viajaban José Mari Rubio, que colaboraba en la revista, y un amigo suyo, creo recordar que de San Sebastián. De aquel viaje y de aquel coche me queda el recuerdo de la facilidad con que entraba la 5ª, prácticamente con el dedo meñique, sin apenas esfuerzo. Años más tarde tuve un Corsa SR de segunda mano con el que pretendía emular la entrada de la 5ª del 505… hasta que tras no pocos cabreos y quedarme un día “clavado” en 5ª comprendí que aquella caja de cambios (quizá porque el coche tenía signos evidentes de haber sufrido un accidente de cierta consideración) requería “marcar bien los movimientos” para entrar la 5ª, es decir, nada de accionar la palanca con el meñique…

Ya en Bélgica, nos alojamos en Hasselt (escribo de memoria… ¡¡40 años ya!! y no quisiera equivocarme), en un hotel o albergue. La ventaja de viajar con Javier es que él ya tenía una “red de alojamientos” bon marché donde acudir. Algunos ciertamente sui géneris, como en el caso de Mónaco, pero, ¡eh!, en el centro mismo del Principado. El lujo que no tenía el establecimiento, lo superaba con creces la ubicación. Pues bien, en el de Hasselt recuerdo que él y Francesc Roses explicaban que algún año de buena mañana habían hecho carreras con Didier Pironi (en sus tiempos de fórmulas de promoción y poca pasta…) para ver quién llegaba primero a la ducha… En mi caso, no recuerdo haber tenido que empezar el día en modo competición. Dicho sea de paso, aquel domingo Pironi inauguró su contador de victorias en F1.

Una vez en el circuito, me entretuve dando una vuelta por el paddock donde, entre otros coches, había un Mercedes aparcado. Un Mercedes en un paddock de F1, ¡pues vaya cosa! Pero aquel tenía algo especial. En lugar de la estrellita, en el círculo distintivo que corona el capó se podía leer “Keke”. Hice una foto… el cliché de la cual reencontré hace algunos meses, después de años de pensar que tal vez lo había soñado. Desgraciadamente, ahora mismo me separan del cliché unos 100 km de distancia, si no hubiera sido una buena imagen para ilustrar estas “batallitas”.

Otras fotos que reencontré (de hecho, los clichés y los contactos) las hice en boxes durante la lluviosa sesión de entrenamientos del sábado, enfundado en un chubasquero azul de Ligier Gitanes que durante muchos años rodó por el maletero de mis coches... hasta que, digámoslo así, el plástico se autodestruyó. Hay dos que me vienen a la memoria especialmente: Eddie Cheever en el Osella que había debutado aquella temporada, y otra del Ferrari de Gilles Villeneuve, con el canadiense en el cockpit y éste descubierto. Qué diferencia con los tiempos actuales. Allí estaba yo, un don nadie, de apenas 19 años, en medio de unos boxes más “campechanos” (por usar una palabra de cierta actualidad) y distendidos que los actuales, casi se podría decir que familiares, plantado delante de Villeneuve haciéndole una foto mientras él esperaba para volver a salir a rodar.

También hice algunas de pista. Recuerdo una del Shadow de Geoff Lees cruzado sobre el asfalto mojado, pero debo admitir que hasta la llegada de las cámaras que lo hacen (casi) todo, la fotografía y yo tuvimos poca relación debido a mi evidente e innata falta de habilidad. He conocido a gente que sí sabe lo que se trae entre manos a la hora de encuadrar, enfocar, el diafragma, la velocidad, la luz, los ASA, el movimiento preciso y sincronizado siguiendo el coche… y el clic en el momento oportuno. Tres ejemplos: Javier, siempre con su inseparable maleta de aluminio, que tras muchos años volví a ver en la exposición homenaje en el Museu Olímpic, Esteban Delgado y Jordi Camp, dos buenos amigos.

La carrera la vimos, creo que con Francesc Rosés, en algún punto del circuito, hacia la zona que un par de años después se hizo tristemente famosa, y si no recuerdo mal fue allí, en Zolder, donde de regreso al paddock por la pista recogí del suelo alguna viruta de neumático, lo que en argot se denomina marbles, que aún conservo.

Viajar con Javier, como queda dicho, tenía sus ventajas. Otra de ellas es que podías tener acceso a gente que de otro modo difícilmente hubieras tratado. En Zolder conocí a Bernard Cahier, mago de la fotografía con un brillante historial a sus espaldas y un fenomenal archivo como legado, que por aquel entonces era el presidente de la IRPA (International Racing Press Association), la asociación que agrupaba a los periodistas que seguían habitualmente la F1 y a la que cualquier aspirante a “periodista de F1” deseaba llegar a pertenecer algún día. Cahier, además, debía de tener alguna vinculación con Goodyear, porque amablemente me regaló un par de las gorras de la marca que uno veía en la cabeza de los pilotos... Una de ellas fue para mi hermano.

El destinatario de la otra, la usó durante mucho tiempo mientras hacía fotografías y escribía crónicas en todo tipo de pruebas automovilísticas, hasta que la pobre gorra se ganó una merecida jubilación y quizá hoy ocupe un lugar, no sé si de honor, en su casa. La cabeza que la llevó con ilusión, orgullo y alegría, no era otra que la del buen amigo, compañero de tantas aventuras, Jordi Camp. Quizá muchos lectores de este texto recuerden haberla visto a lo largo de los años en alguna curva o en algún parque cerrado. Ahora, además, conocen su historia.

Miquel Arderiu
8 de julio de 2020



Història d’una gorra Goodyear

Per Miquel Arderiu.
En memòria de Carlos Castellá.

El 1973, amb 12 anys, vaig veure a Montjuïc la meva primera cursa automobilística, el GP de F1, i seduït per aquell so (tot i que en algun moment recordo haver tingut por), per l’olor de la gasolina o els additius, per l’ambient… vaig quedar atrapat per aquell fascinant esport com un peix en una xarxa. Amb el pas dels anys vaig tenir la sort de conèixer i treballar amb el Javier del Arco, que a tants de nosaltres ens va enganxar amb les seves cròniques, els relats històrics, explicacions de tota mena…

Abandonada la primera intenció de convertir-me en “enginyer de F1” per unes limitacions acadèmiques que es van fer evidents durant el primer trimestre de COU, vaig canviar el rumb (però no les optatives “enginyerils”, i no per falta de ganes!!) i em vaig dir a mi mateix que seria un “periodista de F1”. En algun moment vaig contactar amb el Javier i em va aconsellar que anés a veure curses. Dit i fet. L’any 1979, ja amb el carnet de conduir a la butxaca i aprofitant el pont de Pentecôte, acompanyat per la meva mare (!!) i amb un vell 2 CV d'embragatge centrífug, me’n vaig anar a Pau per veure-hi (entre moltes altres proves) la de F2. Un examen d’Història el dimarts, però, em va fer ser prudent i tornar abans sense haver vist la cursa… però aquella primera visita em va fer repetir més cops el viatge al bonic i excitant circuit urbà pirinenc, al qual aconsello anar. També vaig anar (aquest cop amb la meva mare i una tia!!) a un GP d’Espanya al Jarama, al volant d’un 600 encara més veterà que el 2 CV… I amb aquell mateix 600 i al mateix circuit vam tornar l’any 81 amb el Jordi Camp, l’home que (gairebé) mai no tenia fred, a veure una prova de l’Europeu de F3.

El 1980, ja integrat a la redacció de 4 Tiempos, tatxan!!, el Javier se’m va endur al GP de Bèlgica, que degué ser el meu 3r o 4t Gran Premi… i aquest cop ja com a “periodista”. Probablement aquell fou el meu primer viatge amb el Javier, amb qui després vaig tenir la sort de fer-ne més, sols o acompanyats, ja fos amb cotxes de premsa o amb el seu inseparable 1430. Aquella vegada el vehicle era de premsa, un Peugeot 505, i amb nosaltres venien el José Maria Rubio, que col·laborava a la revista, i un amic seu, crec recordar que de Sant Sebastià. D’aquell viatge i d’aquell cotxe em queda el record de la facilitat amb què entrava la 5a, pràcticament amb el dit petit, sense gairebé haver de fer cap esforç. Anys després vaig tenir un Corsa SR de segona mà amb el qual volia entrar la 5a com amb aquell 505… fins que després de no poques enrabiades i quedar-me un dia “clavat” en cinquena vaig entendre que aquella caixa de canvis (potser perquè el cotxe tenia signes evidents d’haver patit un accident de certa consideració) demanava “marcar bé els moviments” per entrar la cinquena, és a dir, res de moure la palanca amb el dit petit…

A Bèlgica, l’allotjament el teníem a Hasselt (escric de memòria… ja han passat 40 anys!! i no em voldria equivocar), en un hotel o alberg. L’avantatge de viatjar amb el Javier és que ell ja tenia una “xarxa d’allotjaments” bon marché on anar a dormir. Alguns certament sui generis, com a Mònaco, però, ei, al mateix centre del Principat. El luxe que no tenia l’establiment, el superava amb escreix la ubicació. Doncs bé, en el de Hasselt recordo que ell i el Francesc Rosés explicaven que algun any, de bon matí havien hagut de fer curses amb en Didier Pironi (en els temps de les fórmules de promoció i butxaques buides…) per veure qui arribava primer a la dutxa… En el meu cas, no recordo haver hagut de començar el dia en mode competició. Afegir, de passada, que aquell diumenge Pironi va inaugurar el seu comptador de victòries en F1.

Un cop al circuit, em vaig entretenir fent un tomb pel paddock on, entre altres cotxes, hi havia aparcat un Mercedes. Un Mercedes en un paddock de F1, caram, quina sorpresa!! Però aquell tenia alguna cosa especial. En comptes de l’estrelleta, en el cercle distintiu que corona el capó s’hi podia llegir “Keke”. Vaig fer-ne una foto… el negatiu de la qual vaig retrobar fa uns mesos, després d’anys de pensar que potser ho havia somiat. Dissortadament, ara mateix em separen uns 100 km de distància dels negatius, si no hauria estat una bona imatge per il·lustrar aquestes “batalletes”.

Unes altres fotos que vaig trobar (de fet, els negatius i els contactes) les vaig fer sota la pluja als boxes durant la sessió d’entrenaments de dissabte, vestint un impermeable blau de Ligier Gitanes que durant molts anys va anar d’aquí cap allà en els maleters dels meus cotxes... fins que, diguem-ho així, el plàstic es va autodestruir. N’hi ha dues que tinc força presents: Eddie Cheever amb l’Osella que havia debutat aquella temporada, i una altra del Ferrari de Gilles Villeneuve, amb el canadenc dins el cockpit i aquest descobert. Quina diferència amb els temps actuals. Allà estava jo, un ningú, de només 19 anys, movent-me per uns boxes més “campechanos” (si se’m permet fer servir aquesta paraula de certa actualitat) i relaxats que els actuals, gairebé podríem dir-ne familiars, plantat davant de Villeneuve fent-li una foto mentre s’esperava per tornar a sortir.

També vaig fer-ne algunes de pista. Recordo una del Shadow de Geoff Lees creuat sobre l’asfalt moll, però he d’admetre que fins a l’arribada de les càmeres que ho fan (gairebé) tot, la fotografia i jo vam tenir poca relació per la meva evident i innata manca d’habilitat. He conegut gent que sí que sap conjuminar-ho tot: enquadrar, enfocar, el diafragma, la velocitat, la llum, els ASA, el moviment precís i sincronitzat seguint el cotxe… i el clic en el moment oportú. Tres exemples: el Javier, sempre amb la seva inseparable maleta d'alumini, que després de molts anys vaig tornar a veure a l’exposició homenatge en el Museu Olímpic, l’Esteban Delgado i el Jordi Camp, dos bons amics.

La cursa la vam veure, crec que amb el Francesc Rosés, en algun punt del circuit, cap a la zona que un parell d’anys després es va fer tristament famosa, i si no recordo malament va ser allà, a Zolder, on de tornada al paddock per la pista vaig recollir de terra algun trosset de pneumàtic, allò que els anglosaxons anomenen marbles, que encara conservo.

Viatjar amb el Javier, com he dit, tenia els seus avantatges. Un d’ells és que podies tenir accés a gent que altrament potser mai no hauries tractat. A Zolder vaig conèixer Bernard Cahier, mag de la fotografia amb un brillant historial a l’esquena i un fenomenal arxiu com a llegat, que aleshores era el president de l’IRPA (International Racing Press Association), l’associació que agrupava els periodistes que seguien habitualment la F1 i a la qual tot aspirant a “periodista de F1” desitjava arribar a pertànyer algun dia. Cahier, a més, devia tenir algun vincle amb Goodyear, perquè amablement em va regalar un parell de les gorres de la marca que hom veia als caps dels pilots... Una va ser per al meu germà.

El destinatari de l’altra, la va fer servir durant molt de temps mentre feia fotografies i escrivia cròniques en tota mena de proves automobilístiques, fins que la pobra gorra es va guanyar una ben merescuda jubilació i potser avui ocupi un lloc, no sé si d’honor, a casa seva. El cap que la va dur amb il·lusió, orgull i alegria, no era un altre que el del bon amic, company de tantes aventures, Jordi Camp. Potser molts lectors d’aquest text recordin haver-la vist al llarg dels anys en algun revolt o en un parc tancat. Ara, a més, en coneixen la història.

Miquel Arderiu
8 de juliol de 2020

Raimon d'Abadal, 29 • 08500 Vic | 938 852 256 | jas@jas.es