Por Antonio Arderiu Freixa.
Aprendí a conducir en un Bugatti. Sí, sí, un Bugatti T 44, “bleu France”, matrícula B-30543 que mi primo Juan Vert me enseñó a llevar cuando yo tenía 16 años. Previo préstamo paterno del vehículo, que era el coche preferido de mi padre. Eso ya marca carácter. Este coche era pura adrenalina. Un rugido fabuloso de los 8 en línea. Una aceleración como la de un GTI moderno y unos frenos ilusorios. Era duro, muy duro, con un volante muy grande de madera, tachonado de acero y dirección directa. Y tenia caída negativa, lo que le daba una estabilidad rara porque deslizaba de atrás con gran facilidad, pero no se inclinaba. La palanca de cambio era un cilindro metálico con un botón para poner la marcha atrás y, como el embrague era otra ilusión, cogías la palanca, notabas los engranajes y cuando advertías un vacío, le dabas un manotazo, entraba la marcha y el coche salía disparado, ¡¡una buena escuela para iniciarse!!
No he tenido la emoción de competir en coche hasta hace pocos años y tampoco he podido seguir ningún certamen ni dedicarme a ello en profundidad. Los años y las obligaciones profesionales y familiares, en cierta manera, son un obstáculo insalvable y me pasó lo que a muchos: cuando tienes tiempo, no tienes dinero; y cuando tienes dinero (poco) no tienes tiempo. Únicamente en mis años mozos hice varias pruebas de trial con una Montesa Cota 247 y, cuando empezaron, algún rally-raid con un Suzuki 410, pero sin resultados dignos de destacar. ¡¡Ah!! Y unas 24 horas TT de Moià formando equipo con José Martínez Adam (no llegamos ni a la segunda hora). Pero todo lo que ha llevado gasolina y ruedas me ha cautivado toda mi vida. Insisto, no he ganado nunca ni un tiesto de flores. Pero me he divertido lo que no está escrito…
Naturalmente, mi afición también tiene un origen familiar. A Don Pedro, mi padre, le gustaban las motos y los automóviles, pero tenía una concepción un tanto singular de ellos. Creció en la postguerra en un país devastado y donde no se fabricaban coches dignos de tal nombre. Y, como consecuencia, no entendió nunca que un coche se pudiera comprar en una tienda, que uno nuevo costase más que uno usado y que todos fueran iguales. Para él eran bienes singulares y debían ser distintos y distantes unos de otros. Y con esa filosofía logró hacer una buena colección de coches antiguos y reunió una indeterminada cantidad de coches de distinto pelaje pero sin aparente (y subrayo lo de aparente, porque hoy serían piezas de colección) relevancia histórica alguna: los ‘LLACOS’.
Consecuentemente con ello, “chez moi”, en la calle Anglí 33 de Barcelona, convivían tres tipos de automóviles: las piezas de colección, el de mi Sra. madre (primero Seat en sus distintas variantes y, luego, Simca Barreiros y sucesores, salvo un breve paréntesis con un Daf y una Volkswagen Variant), y los LLACOS, que eran los de ”faire le trottoir“. Los primeros eran intocables y, los últimos, más sobados que la manilla de la puerta de un taxi.
A Vds. no se les escapará que ‘LLACO’ no es sino el acrónimo de ”Llaves Auto Cojones Orangután”. Y esta denominación venía de lo siguiente: en la calle Anglí, en la entrada, había un mueble negro con una especie de mono feo encima (yo creo que era una estatua de Buda, pero carezco de confirmación al respecto). D. Pedro, que era muy rumboso con sus coches, los dejaba a quien se lo pidiese, ya fuéramos sus hijos, sus sobrinos, parientes, amigos o relaciones sociales. Siempre accedía y te dejaba un papel o tarjeta que simplemente ponía “ll.a.c.o.”. Si le preguntabas a su secretaria, la Srta. Julita, que qué quería decir, te soltaba un bufido: “pues está clarísimo: ¡¡llaves-auto-cojones-orangután!!“. Y, efectivamente, acudías allí y en las partes pudendas de ese mono había unas llaves. Las agarrabas, salías a lo que hoy es la calle Hort de la Vila y buscabas el vehículo más raro de los que allí hubiesen, en la seguridad de que acertarías.
Los LLACOS, aparte de su aspecto singular, tenían varias particularidades propias que, en cierta manera, los hermanaban. Una era la de que, rara vez, llegaban a su destino. Y a D. Pedro le producía un placer indescriptible que le llamases a las 3 de la madrugada, diciendo que al coche se le había roto un buje en La Almunia de Doña Godina (por poner un ejemplo) o se había quemado la junta de culata en Masamagrell... Sus risas podían escucharse en la Catedral de Burgos.
La segunda particularidad es que nunca jamás tenían “papeles“ correctos. La entonces cédula, solía estar a nombre de individuos desconocidos o ya fallecidos y, cuando por alguna cuestión, te paraba la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, debías poner cara de buen chico e improvisar una historia que fuera más o menos verosímil, para poder continuar. Fueron así, en cierta forma, una buena escuela de teatro, mejor dicho, comedia, además de conducción.
Muchos coches alcanzaron la categoría de “LLACOS”: un Fiat 1900; un Glas 1700; varios Seat 600 y 1400 en sus diversas series; varios Volkswagen empezando por un “split window” matrícula de Tarragona; una Volkswagen Combi; un Mini; varios Seat 850 y 124; un MG Migdet; un Karmann Ghia 1200; un Renault 4/4; un Citroën 2CV; un Lanchester; un Alfa Romeo Giulietta Sprint 1300, otro Berlina 2600; un Lancia Appia 2ª serie; dos BMW 700 y uno 1600; un BMW 2002; un Ford Y, un Cortina Crayford descapotable, un Zephyr y un Fiesta; un Hillman; un Singer; un Wolseley; un Riley Pathfinder; un Jaguar 3.8, otro MK I; un Opel Commodore; un Peugeot 204, un 304 y otro 403, todos descapotables; un Mercedes-Benz 220 S, otro 180 diesel y otro 220D; hasta cinco Land Rover; un Chevrolet Phaeton Canadá de 1929; un GMC Suburban; un EMW que era una mala copia del Bristol 401 inglés... y así un largo etc. que la memoria me impide completar.
También las motos tenían su categoría “LLACO”: las “truchas“ (Montesa Brío 110), la BB Peugeot, Ossa “palillos“, la BMW “de guerra”, la Peugeot 125, la Sanglas 400, la Enduro, la Campera... Y así otra larga lista de motos y coches, para los que la memoria ya no me da, y con los que mis hermanos y yo nos iniciamos en la conducción.
Los “LLACOS” tenían, a su vez, denominaciones que los distinguían del resto de vehículos que circulaban por las rutas en aquellos años. Así, teníamos al “Juanita Banana”, que era el Chevrolet Phaeton "Canada", en su época de vehículo colonial; la “Jardinera” (el Renault 4/4); el “131”, que era el Volkswagen Split Window cuya matrícula era T 131; el “Sevillano”, un Land Rover de gasolina; el “Ruso”, que era el EMW y debía tal nombre a que había sido fabricado en la Alemania Oriental: y el MDS que, como habrán adivinado Vds., no era otra cosa que la contracción de “Merda de Sis-cents” (Mierda de Seiscientos).
De toda la caterva de “LLACOS” hay algunos que brillaron con luz propia: el primero, el MDS, Seat 600 con puertas “suicidas“ y de color verde chillón (verde lapo en la denominación cutre), con placa B-220446. Este “LLACO” fue el único que nunca dejo tirado a nadie. Y eso que confianza, precisamente confianza, no inspiraba, ya que tenía sus taras iniciales: no existía la segunda sino que estirabas la primera y, con un grácil movimiento de muñeca, endilgabas la tercera. Cerrabas la puerta del conductor y bajaba la ventana del acompañante, y soltaba un humo blanquecino como si fuera anunciando “Habemus Papam“, todo el tiempo. Con este trasto, mi primo Javier Gambús tuvo la valentía, o cometió la temeridad, de irse de Barcelona hasta Valladolid y volver (creo recordar), en cuyo trayecto gastó más agua que gasolina, ¡todo un récord!
Otro “LLACO” distinguido, para bien, fue y es el Chevrolet Phaeton "Canadá" de 1929, B-41810, que equipaba un motor GMC de camión del Ejército. Denominado inicialmente “Juanita Banana” por su aspecto colonial, fue adquirido con la intención de sustituir al Land Rover familiar que, en verano, nos llevaba a la montaña. No lo hizo sino que coexistió con él, pero sirvió para diversos menesteres: arrastrar un remolque con un fuera borda Mercury para ir a esquiar al pantano de Sant Ponç, tirar del remolque con las motos para ir a los triales (con semejante trasto, además, se ligaba mogollón, sobre todo en el Trial de las Santas, el 25 de julio en Argentona), subir a la Bofia, llegar a las pistas de esquí de Baqueira Beret, etc. Ayudaba mucho a “llenar” el coche que ponías la primera y era tan corta, que te permitía bajar del coche e ir a su lado, cosa que enloquecía a las aspirantes a ocuparlo. Con él y unas distinguidas damiselas de Pamplona di la vuelta al ruedo en la Plaza de Toros de esa ciudad estando todavía “in statu military”. Este Chevrolet fue, luego, primorosamente restaurado y, al fallecer mi padre, pasó a mi hermana que ha recorrido toda Europa con él en diversos rallyes de coches de época. Y, aún hoy, luce cada año en el Rally Barcelona-Sitges conducido por mis sobrinos.
Aventuras con los “LLACOS” creo que todos sus usuarios han pasado. Y mis hermanos y yo podríamos llenar libros enteros de ello. Por ejemplo, ¿a qué Vds. no han visto a una famosa doctora en medicina pilotar, de jovencita, una BMW R75, ex Wehrmacht, por un río y quedarse atascada? Pues miren, miren las fotos, que les voy a narrar unas pocas de personales, para no cansar a la concurrencia.
La primera se produjo el día que obtuve mi carnet de conducir, el 20 de enero de 1970. Mi padre me había preparado un “LLACO”, el Alfa Romeo Giulietta Sprint 1300 matrícula M-141.330 para que me iniciase y, antes de darme las llaves, fuimos a probarlo. Calle Anglí, Vía Augusta y giro a Muntaner, momento en el cual nos adelanta una rueda y, a mi progenitor, se le escapa: “¿quién será el desgraciado que ha perdido una rueda?”. En ese instante, el Alfa Romeo se cae por la parte trasera y se cruza en la calzada a la altura de la Clínica Barraquer… demostrando, efectivamente, quienes eran los desgraciados.
A los ocho días del suceso, y habiendo yo insinuado la idea de que quería ir a Andorra a esquiar con mis amigos, nuevamente me entrega un coche “ideal para ir a esquiar”: el EMW 401, enorme, apodado “El Ruso”, de hierro colado, con cambio cottel al volante (en primera y segunda no retenía) y con la advertencia de que mirase el nivel de aceite pues “gastaba” un poco. Con ocho amigotes (si, ocho) subidos al coche salimos hacia Andorra por la Collada de Toses. Antes, paramos en la Seida a poner gasolina y, mientras la ponían, como chico obediente, miré el nivel de aceite. Al cabo de un rato se acercó el empleado y me dijo: “llevo ya 90 litros, ¿sigo llenando?“. ¡Adiós esquiada! Todo el presupuesto de los ocho, ¡a hacer puñetas! Conseguimos llegar al Pas de la Casa y bajar, en medio de una tormenta de nieve, hasta Andorra la Vella, con Ignacio Giménez Frontín sacando medio cuerpo por la ventana y avisando: “curva a la derecha; ojo, coche delante…”, etc. Al final, en Andorra, exhaló el ruso el último suspiro (carburador obstruido) y nos quedamos tirados, debiendo ir a buscar cobijo como Jesús y María, por toda Andorra.
Cuando empecé a participar en triales, se me asignó un “LLACO”, un Seat 1400 B-88997 (ventana pequeña), color British Racing Green, para tirar del remolque de las motos en invierno, pues en verano lo hacía el Chevrolet. Perseguía yo, en aquel entonces, a una moza hija de un afamado joyero de Barcelona, que era de las pocas damas a las que les gustaba el trial (las otras eran Mercedes Barceló, Mercedes y Elisa Zaragoza y, obviamente, mi hermana Sunta). Bueno, pues el 7 de marzo de 1972 la invite a la primera prueba del que luego fuera Campeonato del Mundo, en Terrassa y, como persona educada que creía ser, la fui a buscar a su casa y cargué su moto al remolque. Al subir la calle Mandri, ya cerca del Paseo de la Bonanova, oímos un ruido como si algo se desgarrase y, por el retrovisor, vi horrorizado parte del maletero, el parachoques, el remolque y las dos motos hacerse toda la calle Mandri hacia abajo, en medio del entusiasmo de los escasos transeúntes… No me volvió a dirigir la palabra.
Cuando apareció la BMW “de guerra” en la familia, mi padre organizo una comida con un Magistrado, el Secretario Judicial y algunos Procuradores en la finca familiar cercana a Manresa. Después de comer, todos se montaron en la BMW para dar una vuelta. Había una balsa con un olmo centenario que daba al camino. Pues bien, toda la comisión judicial acabó en el agua a los cincuenta metros escasos de arrancar. Creo que mi padre nunca ganó otro pleito en aquel juzgado.
Seguirá….
2ª parte: Miércoles 6 de diciembre
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