Asistir a una cena en un relativo pequeño comité, 18 personas, te permite tener acceso directo al protagonista del ágape y, por poco que te interese el personaje, el asunto puede dar para mucho juego. Esto es lo que viví en la cena privada que tuvo lugar en el Reial Cercle Artístic de Barcelona, organizada por Carlos Beltran y la Escudería Barcelona, con Emerson Fittipaldi y Alex Soler-Roig como grandes estrellas.
Tener sentado al astro brasileño a menos de 2 metros es algo que no se repetirá y si bien en su día nunca le vi competir en directo (en 1975, como es sabido, no disputó la carrera del domingo en Montjuïc) es obvio que si eres un buen aficionado Fittipaldi es alguien que te crea interés. No sé si fui yo o algún colega de mesa los que le pusimos al corriente que en España siempre se ha conocido a alguien que va a toda castaña –o quiere ir rápido sin saber mucho, que no es lo mismo– como un “Fittipaldi”. “Ja, ja, ya lo sabía –afirmó al momento el brasileño– es más, contaré algo muy divertido que me ocurrió... estaba yo en Colombia, en un aeropuerto, y vino una familia entera a pedirme un autógrafo, encabezada por el padre; mientras yo firmaba, el papá comentaba a su hijita quien era yo; con cierto alborozo, la niña no se cortó ni un pelo en decir “¡oh, oh, Fittipaldi existe!”.
Aunque ha tenido tres mujeres y 7 hijos como fruto de sus matrimonios, Emerson Fittipaldi es alguien con un fuerte arraigo familiar: “quedé cautivado del automovilismo por mi padre, era periodista del motor y me llevó de pequeño a ver una carrera en Interlagos. Por lo que parece lloré mucho, pero tengo claro que allí empezó mi afición por el automovilismo”.
“Emerson”, le espeta Alex Soler-Roig a su amigo brasileño, “¿sabes que Jochen Mass murió? Me lo han dicho hoy (un servidor fue quien le dio la “noticia” mientras departíamos en la exposición fotográfica esperando a Fittipaldi), era un buen piloto, corrí con él en Paul Ricard, Zandvoort y también en 1972 en el Jarama, donde ganamos”. La memoria de Soler-Roig, 93 años, es simplemente extraordinaria, también la de Fittipaldi, 78, muy conocedores ambos del automovilismo de los 70. “Sí, lo sé –afirmó Emmo–, Mass fue mi compañero en McLaren, era bueno, ganó en Montjuïc por cierto, y también triunfó en los Sport, pero en los últimos tiempos tenía aprietos económicos, se dedicaba a alquilar su barco para fines turísticos en Cannes, no es fácil mantener el mismo nivel de vida tras las carreras”.
Viene niquelado lo que explica este párrafo para incidir en el paso del brasileño por Montjuïc: “¿qué recuerdas de tu paso por Montjuïc, Emerson?”… “Oh, era un circuito muy bonito, me gustaba, la bajada era lenta por lo sinuosa pero básicamente era una pista rápida, cuando enfocabas la parte veloz no la dejabas hasta el ángulo de después del estadio, un circuito increíblemente bello, pero complicado...”. Fittipaldi ganó en 1973... “si, una bella victoria”, asume Emerson, que añade: “pero no sabes lo que sufrí en las últimas vueltas, estuve a punto de entrar en boxes pero me arriesgué y seguí rodando con la rueda trasera izquierda desinflándose, en las pocas derechas el coche era inestable, parecía que iba a desllantar, pero en las izquierdas, que eran mayoría en Montjuïc, el Lotus iba mejor. Llegué por los pelos, en algunas fotos a poco de la llegada se puede apreciar bien lo que digo ya que se ve la banda de rodadura notablemente cóncava”.
Claro que dos años después, Fittipaldi protagonizó una de las etapas más tristes del circuito de la montaña, que los aficionados no olvidan... “vamos a ver, ya se vio el domingo, con el accidente, que Montjuïc estaba sobrepasado, la Fórmula 1 estaba en clara evolución técnica y el circuito de Barcelona se había quedado antiguo. Mi actitud en los entrenamientos fue coherente con las exigencias de la GPDA, las protecciones no eran ni suficientes ni estaban bien fijadas, eso es así, era real, la seguridad no era la adecuada y en la inspección que hicimos varios pilotos lo pudimos comprobamos. Y lo mostramos al organizador. Es verdad que se hicieron esfuerzos para arreglar con tornillería las fijaciones del raíl, pero no fue suficiente, esa es la verdad...”.
Fittipaldi estuvo en Montjuïc 1975, aunque sin correr el domingo, como flamante bicampeón del mundo. Esa fue su última temporada triunfando en la máxima especialidad, antes del romántico pero improductivo paso deportivo por el equipo brasilero de su hermano Wilson (fallecido en 2024). “Sí, pero que te diga Emerson como empezó su éxito”, interrumpe Soler-Roig, aunque finalmente es el propio Alex quien lo cuenta: “yo había debutado en el Jarama con el Lotus 49 y antes que muriera Jochen Rindt me ofrecieron correr con el Lotus 72, lo probé en Inglaterra y dije que no corría con él, que el coche no iba bien. Al final se lo acabaron ofreciendo a Emerson y poco después ya ganaba con él, con este coche explotó como piloto”.
El brasileño asiente mostrando dentadura, para añadir: “este año, en el Festival de la Velocidad de Goodwood vamos a pilotar mi hijo Emerson –que también asistió a la cena– y yo, un Lotus 72 y un Lotus 49, con el que me inicié...”. Soler-Roig, entre sorprendido y altivo habla: “pero bueno, ¿vas a llevar mi primer coche?”. “Si, si, Alex, ¡será bonito!”, sonreía Emerson.
Hablando con pilotos de este calibre es inevitable sacar a relucir la evolución de la Fórmula 1, de la técnica, de los propios circuitos, de la seguridad... “pero también de la organización médica que asiste en la pista a los pilotos en caso de accidente. Antes la rapidez de actuación y los medios no estaban al nivel, mucha gente murió por esta falta de eficacia médica. Afortunadamente todo ha mejorado mucho, muchísimo”, completa Emmo. También comenta que en toda su carrera deportiva “sufrí la pérdida de 37 amigos, eso era lo más duro de todo, te hacía plantear muchas cosas, pero seguíamos corriendo... y perdiendo amigos”.
Emerson Fittipaldi vio la muerte de cerca, a los 49 años, en el Michigan Speedway, en una carrera de la IndyCar. Su monoplaza Penske-Mercedes se estrelló de espaldas contra el muro, a toda velocidad, y la deceleración a causa del impacto le provocó la rotura de todas las costillas con perforación del pulmón, y también la lesión de una vértebra y parte de la columna que por poco no le dejó invalido: “estuve consciente hasta que llegó la asistencia pero luego me desmayé, estaba crítico y tras la actuación de los médicos en la propia pista y en el hospital, con varias operaciones y tres meses internado, fui recuperándome”.
“Mientras estaba grave, vino al hospital André Ribeiro (que había ganado la carrera) con la Biblia y a modo de extremaunción me la colocó encima de mi cuerpo y dijo que con la ayuda del Señor me recuperaría... y así fue; a partir de ese momento comprendí que es Dios el que hace que estemos con vida y que hay que darle gracias por ello; desde aquel momento mi vida cambió, siempre con el Señor como luz de mi vida”. Es sorprendente oír hablar a Fittipaldi en estos términos de cristiano más que convencido, pero es así y las pulseras “Jesus Loves You”, que tanto él como su hijo Emerson jr lucen en sus muñecas, demuestran como la religión católica orienta constantemente sus vidas.
Una última observación que es lógico hacerle a Fittipaldi cuando lo tienes cerca y abierto a la conversación, es preguntarle por ese anillo con una visible bandera a cuadros que luce en su dedo anular derecho: “es el anillo del triunfo en la Indy 500 de 1993, mi segunda victoria”. Y una pregunta más que obligada, imprescindible: “Emerson, ¿qué opinas de Alex Palou?”. Fittipaldi: “¡Es buenísimo! Le hemos visto ganar los dos (Emerson padre e hijo) en Indianápolis, demostrando una velocidad y una inteligencia de carrera fuera de lo normal. Es absolutamente el mejor. Y tiene un gran equipo que le ofrece un buen coche, Chip Ganassi Racing. Por cierto ¿sabes que la primera victoria de Ganassi en la Indy 500 fue conmigo, en 1989. Aquel año se llamaba Patrick Racing-Chip Ganassi. Tengo una buena amistad con Floyd Ganassi (nombre real de Chip Ganassi)”.
Y hay que dejarlo así, este resumen de la velada es mi aportación a los ya clásicos martes de historias. El 25 de marzo publiqué mis impresiones sobre una comida que tuvimos con Alex Soler-Roig en Espíritu de Montjuïc, un gran debut en la conexión con el piloto barcelonés, y dos meses después ofrezco estas impresiones tomadas en directo sobre una gran figura del automovilismo mundial: Emerson Fittipaldi.
La curiosidad es algo inherente a un buen periodista, yo no sé si lo soy de periodista pero la inquietud mueve mi quehacer diario en el mundo de la comunicación. Lo que si tengo claro es que haber asistido a estos dos ágapes ha creado en mi una sensación similar: retroceder muchos años en el tiempo, cuando aquel adolescente que era yo devoraba revistas (que en su mayoría conservo) y asistía desde la lejanía a los éxitos de estos y otros grandes pilotos.
Por muy pocos meses, pero la verdad es que nunca vi correr en directo ni a Alex ni a Emerson, aunque conozco bastante bien sus trayectorias por culpa… de la curiosidad. Y ahora, medio siglo después de sus hazañas, ¡los conozco a ambos mucho más!
© Josep Autet
3 de junio de 2025
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