Mi única victoria absoluta en un rally… ¡hace cincuenta años! 



Por Raymond Blancafort. 

¡Cincuenta años ya! Si parece que fue ayer... pero sí, el tiempo no corre, vuela; se acelera. Y hoy, precisamente hoy, se cumple medio siglo de mi única victoria absoluta en un rally. De copi, por supuesto.

Pere Bonet me propuso acompañarle en el XV Rally de Invierno, 13 y 14 de diciembre de 1975, la tradicional prueba catalana de final de temporada, con su Seat 1430-1800 preparado por Movi. De hecho, su copi habitual, Joan Arnella, iba a correr la prueba como piloto con otro Seat 1430-1800 (acompañado en su caso por Juan Manuel Blanco), una especie de premio a su temporada junto a Pedro.

¡Qué años! ¿Mono ignífugo? No, gracias; ropa sport, tejanos y jersey; ¿cinturones de seis puntos? Porfa… arneses, recientemente obligatorios, y basta. ¿Tramos de día? Ninguno, se corría de noche; con suerte te pillaban los dos últimos tramos recién amanecido. ¿Faros? Cuatro Cibié Oscar –quien disponía de Súper Oscar era un potentado– para ver lo máximo posible. ¿Neumáticos slick? Bueno, los Michelin TB habituales no lo eran. ¿Interfonos? Vale, un embudo y la manguera bastaban… aunque eran imprescindibles porque el motor de los FU de grupo 2 era ruidoso. Y el crono, de muñeca, para controlar el horario y un crono normal para ver el tiempo de tramo.

Recuerdo mi primer rally, un Rally de la Llana con Tomás Llasat… cinturón de bandolera, haciendo fuerza con los pies para intentar sujetarte. El arco era ciencia ficción. Ni siquiera parabrisas Triplex. La libreta de notas en la mano derecha, una linterna en la izquierda para iluminar la libreta y poder leer… y a voz de grito mientras las cuerdas vocales aguantaban. Así que lo del FU de Pedro era ya un gran avance.

‘Rendez-vous’ a la salida del tramo siguiente. Buena parte de los copis echando la meadita, con cierta discreción, mientras nos preguntábamos los tiempos unos a otros para ir controlando la clasificación… siempre y cuando no te engañaran… no por mentir, sino para presionarte o impresionarte, que todo vale. Si al final de tramo conocías al control, podías pedirle que te chivara la hora de llegada del máximo rival. Mientras, los pilotos a sus batallitas, que si la grava aquí, que si la niebla allá… ¡menudo susto!

Aquel Rally de Invierno de 1975 tenía los tramos clásicos de la zona de Sant Llorenç, entre Sabadell-Terrassa y Manresa… con El Suro de camino porque Martorell era el epicentro de la prueba. Tramos que conocíamos de memoria –Estenalles, el rey, había un copi capaz de cantarlo sin leer los papeles–, El Suro, Les Solanes, el citado Estenalles y Rellinars, un total de 125 km cronometrados.

Estaba siendo un rally muy apretado, las diferencias eran mínimas y todo iba a jugarse en la segunda vuelta. Al iniciarse, ‘Daldo’ Bonet–Antonio Batlle abandonaron en El Suro. ‘Chapi’ Falguera–Jordi Puvill y Claudi Caba–Joan Aymamí en Les Solanes. De golpe nos encontramos terceros, pero muy cerca de ‘Bilo’ Oliveras-María Luisa Boldú, los líderes, y sólo faltaban dos tramos.

En Estenalles, casi al final, vimos a Oliveras parado casi al final… ¡éramos líderes! Líderes amenazados por la temperatura del motor por las nubes. Reunión de emergencia, revisión del radiador y manguitos por si había una fuga de esas que se solucionaban con cinta americana o con un chicle. Meadita en el radiador para reponer líquido. Cruzar los dedos y que Dios reparta suerte.

Fue suficiente. Acabé agotado. Las más de dos horas de espera en una fría y poco iluminada discoteca de Martorell a la espera de las clasificaciones –sumas y restas a mano– y el reparto de premios. Recuerdo que estaba agotado, tenía frío… y soñaba, dejando volar la imaginación –algo que se me ha dado siempre bien–, así que a la hora del reparto de premios no sabía muy bien donde estaba, medio dormido.

Curiosidades de la vida: los premios eran más bien escasos y sólo había copa para el piloto… pero Pere me lo compensó: un magnífico Heuer Carrera –analógico, claro– comprado en Can Armangué.

Por entonces hacía de secretario de Escudería Armangué. Habitualmente nos habíamos reunido en el César Augusto, restaurante de la familia de Enric Llistosella, pero hubo una escisión: Pere Bonet, Edualdo Bonet, Pepa Ruedas y el propio Enric fundaron BECMO, junto a Isidro Oliveras y Alberto Franquet, casi como continuación del Proyecto Da Vinci, que ya había pasado a mejor vida.. Y el César Augusto fue bien para ellos.

Por allí aparecían asimismo muchos pilotos de la Copa TS, entre ellos Carmelo Ezpeleta –el hoy patrón de Dorna– y allí comenzó a surgir la idea de Calafat. En realidad no era una reunión un día a la semana para cenar y contar batallitas… sino que íbamos cada día a tomar café después de comer y tomar la copa después de cenar.

Curiosidades de la vida. El Rally de Invierno estaba organizado por la Peña Motorista 10 por Hora, el club donde me inicie activamente en el deporte, formando parte de la comisión deportiva integrada por miembros jóvenes. Fue allí donde, antes de comenzar a correr de copiloto –para hacerlo de piloto me faltaban los dos elementos esenciales: talento y dinero– comencé a integrarme en el mundo del automovilismo, aprender, mejorar.

Por entonces aún estudiaba ingeniería… hasta que Jordi Viñals me tentó con el periodismo. Lo que debía ser un ‘one-off’, un hecho puntual, se convertiría en mi profesión… pero entonces no lo sabía ni lo imaginaba. Curioso, mi primer escrito fue en la revista Fórmula que se gestó también en la Penya, hasta el punto que el ‘número 0’ llevaba el logo de Peña en la portada. Quizás son cosas del destino.

Pude haber sido un buen copi. Un centenar de rallies y la multitud de pilotos con los que corrí creo que son un buen activo. De Tomás Llasat a Gerard Hoffman pasando sobre todo por Xavier Brugué, Pulgui Canela, Josep Maria Jordà, Joan Franquesa (podio en el Rallye Firestone del Europeo, 1979), Pedro y Daldo Bonet, Enric Llistosella, Gabi Cortes, Alfonso Comín, Ramón Rossinés, Salvador Sansa, Cesar Perejoan, ‘Papi’ Babler, incluso un rallysprint con Juan Fernández o los reconocimientos del Tour de France de 1980 con Antonio Zanini.

Pero, lo reconozco, era [soy] soñador, más amigo del caos que ordenado. A medio tramo algunas veces me sentía como si Sandro Munari fuera mi piloto y que aquel tramo ‘de siempre’ era el Turini. Y sobre todo me entraba sueño en los enlaces, quizás porque trabajar en Fórmula, compaginarlo con El Mundo Deportivo, intentar ir superando asignaturas de Ingeniero Industrial, además de las noches de entreno y las cenas de escudería pasaban factura.

Mirando atrás, muy contento de lo que hice, de lo que disfruté… aunque un escape de agua en el altillo de casa de mis padres, donde guardaba apelotonadas las cosas, se llevara por delante los recuerdos.

© Raymond Blancafort Costas
14 de diciembre de 2025
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