A pesar de
que las carreteras y circuitos del norte y del centro de Francia fueron
predominantes en las décadas iniciales del siglo XX, en las aún
balbuceantes primeras ediciones del Tour de France Automobile,
el territorio más meridional también fue una de las partes
destacadas de la carrera. No en vano, en muchas ediciones Biarritz era,
y sigue siendo, el punto final de la prueba.
En el Pirineo, en concreto, han tenido lugar algunas de las etapas más
memorables de la carrera, aunque casi siempre en la vertiente francesa:
Luchon y sus famosos Col de Peyresourde, Aspin y Tourmalet, Bagnères
de Bigorre, Saint Gaudens y el circuito de Comminges, Ax-les-Thermes,
Perpignan, etc. Pero para los europeos de habla catalana y española
el Tour Auto tiene tres años realmente especiales:
1971, 1972 y 1973.
En esas ediciones,
la carrera francesa atravesó anualmente los Pirineos para recalar
en Cataluña, realizando cada año una prueba especial en
el mítico circuito de Montjuïc. En 1971, el Tour de
France Automobile celebró una prueba especial en dicho trazado
dando 32 vueltas (121,6 kms) a la pista barcelonesa y otros 12 kms de
subida de montaña en Collformic, en pleno Montseny. Fue el año
que la carrera la ganó el formidable Matra Simca 650 de Gérard
Larrousse y Johnny Rives, con José María Juncadella, asociado
a Jean-Pierre Jabouille y Jean-Claude Guènard, en segunda posición
al volante de un no menos imponente Ferrari 512 M, equipado con un motor
de 5 litros y más de 500 CV.
Era una auténtica gozada, casi surrealista, contemplar a aquellos
auténticos vehículos Sport circular por carretera abierta,
matriculados y con faros supletorios para hacer frente a las largas etapas
nocturnas. Aquel año, la especial de Montjuïc fue claramente
ganada, como no, por el Ferrari de Juncadella, mientras que en la subida
a Collformic se imponía el Matra de Larrousse.
Los años 1972 y 1973, Montjuïc volvía a ser escenario
de una prueba especial del Tour Auto pero ya sin españoles
brillando. En el primer año, Larrousse y su Ford Capri 2600 RS
imponían su ley, mientras que en el segundo ¡y de noche!,
Guy Chasseuil ganaba con un Ligier JS 2.
Con su paso a rallye convencional puntuable para el Campeonato de Europa
absoluto, el Tour dejó paulatinamente el sur para transformarse
en una carrera del centro de Francia. Cuando a partir de 1992 la carrera
pasó a ser una prueba para vehículos históricos,
Biarritz volvió a ser protagonista destacado, como en esta edición
de 2002, aunque en esta ocasión con una gran novedad de no menos
importante atractivo: Andorra. El país de los Pirineos aporta esta
vez su granito de arena para que el Tour Auto vuelva a tener
al sur como auténtico gran protagonista.
Tour Auto,
una de las carreras más antiguas del continente
Bajo la égida del periódico Le Matin y del Automobile-Club
de France, la primera edición del Tour de France Automobile
se celebró entre el 16 y el 24 de julio de 1899 con un recorrido
de 2.175 kms dividido en 7 etapas distribuidas por toda Francia. Tras
este estreno tan primerizo, la carrera no volvió a organizarse
hasta 1906. En realidad, la prueba volvió al primer plano como
una carrera en la que lo importante era hacer kilómetros sin un
objetivo competitivo. De esta forma se celebraron cinco ediciones entre
los años 1906 y 1914, antes de que la Gran Guerra parara toda actividad.
No fue hasta 1922 que el Tour volvió a organizarse pero de nuevo
un conflicto bélico, en este caso la Segunda Guerra Mundial, paró
toda actividad. Entre 1922 y 1937 se celebraron otras 13 ediciones de
una prueba básicamente de resistencia. Al final de la guerra, el
Tour de France Automobile inició una de sus mejores
épocas y hasta 1964 celebró catorce ediciones consecutivas.
Vencedores de aquellas ediciones fueron algunos de los mejores pilotos
de la época, como Alfonso de Portago, Olivier Gendebien, Bernard
Consten -más tarde organizador de la prueba-, Jean Guichet, Jean
Behra, Lucien Bianchi, etc. Ferrari y Jaguar, con sus 250 GT y MK 2, respectivamente,
fueron algunos de los coches que en más ocasiones lograron subir
a lo más alto del podio.
Un nuevo parón de cuatro años dio paso en 1969 a una segunda
época dorada en la que se vieron largas listas de inscritos con
la flor y nata europea a nivel de pilotos y de automóviles. La
prueba era normalmente puntuable para el Campeonato de Francia de Rallyes
y a partir de 1971 lo fue de forma habitual para el Campeonato de Europa.
Pilotos de la talla de Gérard Larrousse, Jean-Pierre Beltoise,
Jean-Claude Andruet, Sandro Munari, Jean-Pierre Nicolas, Bernard Darniche,
Michèle Mouton, Guy Fréquelin, Jean Ragnotti, etc. lograron
inscribir su nombre en la carrera en una época en la que los Lancia
Stratos (5 ediciones), Ferrari 365 y 308 (3), Renault 5 Turbo (3), Porsche
911 (2), Matra Simca (2), Ligier JS2 (1), Fiat 131 (1) y Opel Manta (1),
dominaron a placer.
Bajo la tutela de Patrick Peter, el Tour de France Automobile
-Tour Auto a partir de 1998- renació de sus cenizas
en 1992 en forma de carrera histórica. Tres años fueron
suficientes para asentar la prueba hasta convertirse en una cita ineludible
para los amantes de las competiciones de coches históricos. Más
de 200 inscritos llegan normalmente de todas las partes del globo. En
1999 se celebró el centenario de la prueba, visitando los circuitos
de Spa y de Nürburgring. En 2002, el Tour Auto añade
un nuevo foco de interés con la visita por primera vez al Principado
de Andorra, el País de los Pirineos, que con la disputa de una
especial en Ordino rememorará unos tiempos en absoluto olvidados.
Españoles
en el Tour Auto
Sería un trabajo de documentalistas hacer una investigación
a fondo sobre todos los españoles y andorranos que a lo largo de
la historia han participado en el Tour de France Automobile
en las distintas versiones o formatos que la carrera ha tenido a lo largo
de la historia.
En la segunda parte de los años 50, cuando un tal Louis Carladès
ya no participaba en el Tour con su bonito Panhard al haber pasado a ser
S.A.S. el Principe Rainiero III de Mónaco, un piloto español
inscribía su nombre nada menos que como ganador absoluto de la
edición de 1956: Alfonso de Portago. Polifacético donde
los hubiere, Alfonso de Portago, acompañado por Edmond Nelson,
llevó a la victoria a un precioso Ferrari 250 GT en una edición
larga y dura como casi todas las de aquella época, con 5.400 kms
de recorrido y más de 600 de velocidad, siete días de carrera
entre Niza y París, a finales de septiembre, con 103 coches en
la salida y sólo 37 en la llegada.
Otros pilotos famosos por aquella época, como Paco Godia, con Porsche,
o el futuro presidente del RACC, Salvador Fábregas, con Ferrari,
formaron parte también de la lista de participantes de tan famosa
prueba. José María Juncadella logró una fantástica
segunda posición con un Ferrari en 1971, primera edición
en la que la carrera recalaba en territorio español. Aquel año,
Jordi Pla y Rafael Tarradas, con Alpine-Renault, y al siguiente Eduardo
Botas (R-8 TS) intentaron la aventura pero a partir de ahí la participación
nacional brilló por su ausencia, quizás por la dureza, quizás
por ser una prueba aislada y, además, cara y difícil de
afrontar.
Cuando la carrera dio un giro a su filosofía para convertirse en
un rallye convencional y, más concretamente, cuando entró
a formar parte del Campeonato de Europa de la especialidad, el Tour pasó
a ser una carrera que figuraba en los planes de los seguidores de dicho
certamen. En 1980, seis años antes que el Tour sucumbiera a su
propia dimensión, Antonio Zanini vivió en esta carrera francesa
una de sus etapas para proclamarse Campeón de Europa aquel año.
Zanini y Jordi Sabater, con su Porsche 911 SC preparado por los hermanos
Almeràs, lograron una cuarta plaza y unos puntos preciosos para
su objetivo de final de temporada.
Con el Tour Auto transformado en una carrera para vehículos
históricos, la competitividad y la lucha por la victoria puede
que no estén a la altura de los años de plenitud pero, sin
duda, a un buen puñado de auténticos aficionados el actual
Tour Auto les traerá todo el aire de un pasado en el
que el deporte, la convivencia, la aventura y un cierto estilo de vida
eran mucho más importantes que el triunfo en sí mismo.
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